A todos mis muertos.

Lo único seguro que tenemos en esta vida es la muerte, hay muchas teorías acerca de lo que pasa después de que nos llega, en ocasiones tengo dudas respecto a lo que creo que debe ocurrir tras este acontecimiento. Últimamente he pensado en las personas que he querido tanto y ahora no están en respirando el mismo aire contaminado que yo. Me da pánico darme cuenta que entre más grande soy más consiente soy de la pérdida y del dolor que su ausencia provoca. 

Ya sé que siempre hago comparativos con mi infancia, pero me es imposible no hacerlo, así que aquí viene; mi primer pérdida fue la de mi bisabuela, creo que la quería y digo creo porque no recuerdo mucho sobre ella, sin embargo, lo poco que recuerdo de MamaElena me pone una sonrisa en el rostro. Vivía lejísimos, al llegar a su casa siempre estaba buscando las bolas de pasto que salían en las caricaturas, porque su casa estaba en despoblado. Tenía un olor muy peculiar, que jamás he vuelto a oler de nuevo. No entendía porque la gente lloraba tanto, si a mi en la congregación me habían enseñado que cuando mueres vas al cielo con Dios y eso debía ser motivo de alegría... con el tiempo entendí, que la gente llora por muchas razones.

Mi segunda pérdida fue un poco más aparatosa, el hermano de mi madre; a el lo quise un poco más, quería mucho a mi madre, siempre he querido ser tan servicial como mi tío. Su muerte fue trágica, hasta la fecha mi abue no lo supera. Su muerte me hizo darme cuenta de muchas cosas y hasta el día de hoy sigo aprendiendo de ello.

Mis abuelos murieron, Guillermo, mi abuelo paterno, sonreía poco, pero cuando lo hacía era desde el alma, siempre ponía el ejemplo, lo suyo no era dar pláticas eternas, si hoy estuviera aquí le preguntaría tantas cosas. Creo que su vida fue fascinante. Del otro lado está Ángel, el papá de mi mamá, no lo trate mucho, pero alguna vez me dijo: "no seas tonta, fíjate con quién te vas a juntar, porque luego hay cada canijo..." mi madre lo quiso mucho y estoy muy agradecida por la ayuda que siempre le dio a mi madre.

No recuerdo si fui a despedir a más personas, ni siquiera recuerdo el orden cronológico de estos acontecimientos, cada funeral fue diferente, con costumbres totalmente alejadas la una con la otra, hace unos años, mi única bisabuela que quedaba en mi vida, murió. Rita era muy astuta, la vida y los años le habían dado la experiencia. Sé que me quería, alguna vez me regaló una casita llena de muñecos playmobil y ponys de colores. Su vocecita era la de una autentica abuelita llena de años. 

Para hablar de la pérdida de mi padre necesitaría miles de líneas y no terminaría, cada día nacen ideas nuevas, preguntas que jamás serán contestadas. En este momento algo que recuerdo es su cabello corto, lo rápido que le crecía la barba y como odiaba que me picaran sus mejillas al darme un beso. Lo grande que era, tanto que mis brazos no podían rodear su cintura. Muy pocas veces, visualizo a mi padre cuando tenía cáncer, pero su esencia fue más bonita y más pura cuando el cáncer se llevaba su corpulencia.

Morir es tan complicado, que no quiero entenderlo, me siento ganadora porque la muerte jamás me quitará los recuerdos de esas personas que ya partieron. Aunque aveces me siento derrotada por no haber creado más momentos que ahora podrían ser recuerdos muy valiosos.

La última pérdida significativa en mi vida fue la de mi tía abuela, me dolió en el alma como hace mucho no lo sentía, probablemente cargaba el remordimiento de no haberla visitado antes, de tener su casa tan cerca y pensar que al verla iba a llorar sin parar por recordar a mi padre, su sobrino favorito; me daba mucho miedo. El tiempo no perdona, y así sin más murió a sus ochenta y tantos años. Yo no podía con mi cara de vergüenza, por no haberla visitado nunca, aún cuando le dije que iría a verla después de la muerte de mi padre. Todavía recuerdo cuando iba con mis padres a visitarla, su casa color durazno y ella sentada en sus sillones rojos, contando historias de Cocula, de cuando era niña, sus risas, porque siempre he preferido las pláticas de adultos a los juegos de niños; entonces yo reía sin parar de la forma en la que mi abuela y su hermana, mi tía Petra, contaban su vida de niñas en el campo. 

¿Qué tienen en común todos ellos? cada uno marcó mi vida, cada uno tuvo detalles conmigo, me encanta ser observadora de las personas, sobre todo de la gente que quiero. Ellos son mis muertos, que están presentes mucho o poco en mi andar, que me recuerdan quién soy y de donde vengo. También lo que no debo repetir y lo que se debe conservar por siempre.

Comentarios

  1. Xymena, me gusta mucho lo que dices sobre la incapacidad de la muerte para quitarnos ciertas cosas. Creo que a lo que somos, como individuos, es difícil ponerle un límite ¿las cosas que tengo, lo que recuerdo, quienes me rodean, qué de todas esas cosas me hacen a mí y a qué de todas esas cosas hago mías? pienso que para ambas preguntas las mismas cosas aplican. Estoy seguro que lo que somos excede por mucho el espacio físico y a la memoria, nosotros existimos en otras personas, influimos en ellas y ellas habitan también en nosotros. La sensación de dolor que deja un ser querido cuando se va, como un dolor propio, es la pérdida irremplasable, inaccesible ya de la parte nuestra en esas personas, pero la parte que ellos dejan en tí, creo que eso permanece. No creo en una muerte absoluta, realmente la vida perdura a través de otros, de nosotros (quizás en el espacio en blanco de un blog), de nosotros en los otros y también de los otros en nosotros...

    algo así era la idea original, en fin, me da gusto volver a saber de tí, así aunque sea, por aquí. Me daré una vuelta de vez en cuando y quién sabe, quizás re-abra el blog que tenía hace tiempo, saludos!!

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