Todo se transforma.
Según uno de los principios de la termodinámica dice que la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. Afortunadamente, -o desafortunadamente en algunos casos- este principio aplica también para las relaciones humanas.
Hace meses, hablaba de mi separación desde una herida profunda, sentía el palpitar de mi piel y por más que intentaba poner alguna curita la sangre se escurría entre los huecos de mis dedos.
Ha sido de los procesos más tortuosos por los cuales he tenido que pasar. Aún cuando yo decidí poner punto final, las primeras noches no podía dormir de la inmensa tristeza que sentía, la cama me quedaba enorme; no miento cuando digo que era como si yo misma me hubiera arrancado una parte de mi cuerpo. Sabiendo que era de vida o muerte, porque esa parte estaba podrida y como cáncer comenzaba a hacer metástasis en otras partes. Pero yo, cada noche por más estúpido que pareciera quería de vuelta ese órgano a mi cuerpo aunque ya no encajara otra vez.
Intenté hacer de todo, correr, salir a gritar a las 4 de la mañana a una carretera cercana en donde no había ni un alma, tomar clases de baile de las cuales deserté a la primera porque no podía ver parejas que se amaran. Odiaba en silencio todas esas vidas perfectas en pareja.
La bici volvió a mi, aunque transformada para la vida "citadina" El indoor cycling me trajo de nuevo ese sudorcito y dolor rico que me recordó a mi amada playita. En cada "ride" cerraba mis ojitos e imaginaba a esa Ximena de veintitantos saliendo del trabajo, tomando su bici y sintiendo el airecito con olor a mar caribeño. Un par de veces las lágrimas brotaron de mis ojos por varias cosas que sentía al mismo tiempo: Por un lado, agradecida por la capacidad del cerebro para trasladarnos a esas memorias que no sabía lo intactas que las tenía guardadas y también lloraba porque esta vez no quería comenzar una nueva vida desde cero. Si me preguntaran al día de hoy como vivo los días de "ride", todo este sentimiento se ha transformado. Soy feliz siendo un hamster atrapado en su bici, escuchando a señoras como yo quejándose del mal necesario que son los hombres y los kilos que necesitamos bajar para alcanzar un poquito de esa felicidad que se nos ha prometido tanto cuando lleguemos a tener el peso ideal.
Los días de llanto desconsolado no se fueron del todo, pero la herida ya no está abierta, hay veces que pienso en todo lo que ya no es, en todas las señales que dejé pasar y me pregunto si algún día volveré a confiar nuevamente en alguien, en creer en que es posible tener una pareja que se comprometa completamente...
Esta es la segunda vez (bueno, la verdad la tercera) que me separo de alguien, aunque el sentimiento de los primeros meses de esta realidad nueva no la comparo con las dos anteriores. Primero, porque me había convertido en madre con esa persona que ahora se había ganado toda mi ira y segundo porque ya no estaba en mis veintes y los treinta me cayeron como balde de agua fría.
Hay muchas canciones, historias de la farándula y chismes de conocidos en donde se habla de que las mujeres separadas regresan renovadas, como potras indomables a comerse el mundo del que estuvieron cautivas en su matrimonio. Y si, quizá hay un poco de razón detrás de estas historias colectivas porque las mujeres vivimos el duelo estando en la relación.
En mi caso, mi duelo comenzó unos meses después de ser mamá. Así que para cuando vino la estocada final, para mi fue un triunfo. Fue como decir: "ahuevo, ya no voy a estar más con este wey" porque la verdad, yo no sabía como terminar algo que ya no quería desde hace un par de años atrás. ¡Qué dilema! Para algunas cosas soy tan precisa y tan aventada pero para otras traigo creencias de gente pendeja...
Y hoy aquí estoy, sin haber renacido del todo, ni empoderada 24/7 pero si más tranquila. Viviendo más suavecito, de repente con mariposas en la panza y otras sin esperanza. Aunque si puedo asegurar, que la vida se ha puesto más entretenida y que al final todo se transforma.
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