Honrar té (texto del 2019)
Cada año que pasa estoy en un mood diferente respecto a mi padre, en esta ocasión no dejó de pensar en ¿Qué pasaría si papá estuviera aquí? Cuando era más joven creía que su ausencia no había mermado nada en mi esencia, en mi forma de vivir la vida pero con el tiempo me di cuenta que mi papá me hacía más falta de lo que decía. En un inicio mi blog estaba lleno de mi padre, sin embargo aún no dimensionaba el verdadero dolor que me generaba su partida. He olvidado un par de veces la fecha en la que dejo de respirar, olvidé el escalofrio que recorrio mi piel al escuchar a mi tía y a mi abuela decir: Abraham ya esta muerto. Sólo recuerdo que pensé: Ahora si ya valió madre y en automático comencé a hablar por teléfono para comenzar el proceso del servicio fúnebre.
Hoy hablo menos de mi padre, en ocasiones me considero mala hija porque no le pregunté mas cosas, porque no supe realmente quien era Abraham, mi papá hablaba muchísimo, seguramente hasta más que yo. Siempre quise ser como él, recuerdo 3 pláticas en particular: la primera cuando me dijo que desde el momento en el que me tuvo en sus brazos supo que yo iba a hacer cosas importantes, que sintió ese palpitar fuerte que le salía del pecho. La segunda cuando me contó sobre la forma en que conoció a mi mamá y cómo supo que se quería casar con ella. La tercera no es tan bonita, porque fue en tono de preocupación, tenía miedo de que lo tremendamente parecidos que éramos, me acuerdo que me dijo que a mi nada me detenía, que era extremadamente necia y que se había dado cuenta que en algunas cosas era más fría y calculadora que un hombre. Su advertencia llena de ternura fue: No olvides que eres mujer, que eres muy lista y que vales mucho la pena. Tu eres como yo, pero bonita…
Ya casi son 10 años, ayer lloré sin pensar, realmente me dolía el alma, extrañaba tanto a mi papá que moría por esos abrazos de oso, por escucharlo cantar esas canciones raras que improvisaba. Todavía cuando estoy emocionada por algo tarareo la canción de los días especiales. ¡Ay Abraham, me dejaste un chingo de recuerdos! Tengo un archivo de fotografías y audios mentales tuyas en mi corazón. Tus risas, tus abrazos un domingo por la mañana; tu cara de monstruo con los ojos bien abiertos mientras me hacías miles de cosquillas, tu cara de enojado cuando tratabas de explicarme el mundo porque realmente te importaba que me quedaran claras las cosas, tus diálogos sobreactuados de los Simpson, tus brazos cruzados escuchándome atentamente aunque fuera tonto lo que te decía. Tu cara de felicidad cuando llegabas a casa con regalos.
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